5 noviembre, 2018 - No Comments!

Ciencia en democracia: ¿#CienciaEnElParlamento o políticas científicas?

de Heurística

¿Cuáles son y deben ser las relaciones entre ciencia y democracia?  Si tenemos en cuenta que, en Occidente, la ciencia es hoy el paradigma de nuestro conocimiento del mundo y la democracia el paradigma de organización política, en una época de cambio climático y fake news, de avances tecnocientíficos y retrocesos sociales, la relación entre ambas resulta una cuestión central. En este post comenzamos a abordarla, y lo hacemos desde un caso concreto, el de la iniciativa #Cienciaenelparlamento, que celebra mañana su primer encuentro.

Según explican sus organizadores--en un artículo publicado en El Periódico el Mayo pasado o también en este vídeo explicativo-- “esta iniciativa ciudadana independiente tiene como objetivo que la ciencia y el conocimiento científico sean cada vez más importantes en la formulación de propuestas políticas”. La iniciativa se presenta, pues, como un intento de algunos actores del sector académico y de la divulgación científica  de informar, desde “la ciencia”, la política pública. Para ser precisas, “ciencia para la política consiste en emplear el método científico para legislar políticas informadas en la evidencia y, en definitiva, trata de mostrar de qué manera podría resultar útil la ciencia en la gestión pública”.

Del artículo citado pueden destilarse una serie de implicaciones con respecto a la visión de la ciencia, la política y la relación entre ambas que creemos necesario interrogar. Si el objetivo último de esta iniciativa es delinear modos en los que la ciencia puede contribuir a mejorar la política pública (y viceversa), este triple cuestionamiento resulta fundamental. Por eso, aprovechamos esta oportunidad para apuntar esquemáticamente las líneas de un posible debate al respecto.

Interrogando la visión de la ciencia: la ciencia más allá del método

La representación o visión de la ciencia que subyace a la propuesta es la de un método que produce evidencias objetivas acerca de la realidad. Así pues, para informar las decisiones políticas estratégicas,  bastaría con formar unos técnicos (según los definen los proponentes de la iniciativa) que recopilen las evidencias acumuladas por la comunidad científica y las traduzcan a un lenguaje comprensible para los representantes políticos.

Sin embargo,  esta representación de la ciencia resulta más cercana a la visión idealizada diseminada por ciertas formas de divulgación, que a la realidad de la práctica científica. En primer lugar, las ciencias no son una cosa única, ni son reducibles a un método, ni los métodos científicos son reductibles a uno solo. La empresa de filósofos como Karl Popper de encontrar un criterio normativo de demarcación metodológica entre lo que es ciencia y lo que no lo es tuvo un final infructuoso. En este sentido, ya en los 60, el trabajo de Thomas Kuhn explicaba cómo, las ciencias o, mejor dicho,  las prácticas científicas y sus evidencias, deben entenderse como productos situados e históricos. Esto es, como realidades que guardan múltiples y complejas relaciones con la realidad social, económica, tecnológica, etc. de las que emergen, no como una acumulación desinteresada y progresiva de conocimiento. Como han  mostrado los Estudios de Ciencia y Tecnología desde los años 70, las evidencias científicas se producen, reconocen y mantienen gracias a una multitud de instituciones, instrumentos, personas, métodos, experimentos, revistas, financiadores, etc. Este complejo entramado acompaña la actividad científica desde su origen hasta su resultado y aceptación social. Por ejemplo, como apuntaron a finales de los 60 el físico italiano Marcello Cini y otros miembros de L’Ape e l’architetto, las ciencias, o mejor dicho, las personas que las practican, no buscan respuestas a preguntas aleatorias que la realidad plantea, sino que las líneas de investigación se desarrollan en respuesta a una composición coyuntural de intereses sociales, políticos y culturales que definen de varias maneras cuáles son las prioridades.

Frente a lo que parece sugerir la iniciativa, y su representación a posteriori, la ciencia no es un sistema de producción de evidencias objetivas libre de conflicto o desigualdades de poder y exclusión. Las batallas internas a la comunidad científica sobre el origen humano del cambio climático de las últimas décadas, antes de que se estableciera el consenso actual  están allí para recordarlo.

Reconocer esta realidad es especialmente importante para una iniciativa como #CienciaenelParlamento, ya que la evidencia científica será más necesaria para la política, precisamente, en áreas novedosas y emergentes (p.ej.: geoingeniería, inteligencia artificial y transformación económica, etc.) en lo que los teóricos Jerome Ravetz y Silvio Funtowicz han llamado ciencia posnormal, donde “los hechos son inciertos, los valores están en disputa, las apuestas son altas y las decisiones urgentes”.

En esta iniciativa, la ciencia se presenta como una productora de conocimiento objetivo y neutro. Frente a esta  visión positivista de la ciencia, las ciencias sociales y humanas (que en ciencia en el parlamento parecen presentarse como meras proveedoras de evidencias sobre la realidad social) deben servir como un espacio crítico y analítico para indagar en los modos en los que estos conocimientos se producen e inciden en la política. Las recientes campañas denunciando la precariedad en el sector científico, así como las formas de exclusión en su seno, exhiben los sesgos de nuestras sociedades y exigen una aproximación autocrítica. Los “representantes” de la ciencia en el parlamento no pueden pretenderse meros “técnicos” sino que han de hacer que esta complejidad sea representada o, siquiera, reconocida, de manera productiva.

Interrogando la visión de la política: la democracia más allá de la representación

Un segundo punto a cuestionar de la iniciativa #Cienciaenelparlamento concierne a la representación o visión de la política. Esta parece presentar la política como una máquina de resolver problemas colectivos cuya actividad pudiera optimizarse mediante la evidencia científica. Sin embargo, la política es una tarea  productiva y conflictiva, de construcción de colectivos y de visiones compartidas del mundo, que implican una multitud de actores y factores, de la imaginación a la identidad, entre los que los resultados científicos no pueden esperar ocupar un rol guía en exclusividad. La política no es un espejo ni una máquina resolutiva sino un ágora, en el que la ciencia es una voz entre otras.

Hay acaso un punto más central en relación con la representación de la política. Apostar por la política en el parlamento es centrar la mirada en la política representativa, un modelo cuyos límites han sido señalados de manera reiterada en las últimas décadas y, en el caso del Estado español, particularmente, tras el movimiento 15M. En un momento de crisis de la representación como el presente, abrir los sistemas políticos a formas de hacer más democráticas y participativas parece imprescindible. La ciudadanía debe poder intervenir en política y en algunos espacios de las ciencias (p.ej.: definición de problemas a investigar), en primer lugar, porque las decisiones que allí se toman le afecta (justificación normativa) y, en segundo, porque, como ha apuntado una extensa literatura - como por ejemplo Isabelle Stengers en Sciences et pouvoirs. Faut-il en avoir peur? - actores no expertos (en política o en ciencia) pueden contribuir con experiencias, perspectivas o conocimientos no reconocidos o  disciplinados, equilibrando los sesgos cognitivos que genera cualquier grupo social, incluyendo el político o el científico (justificación epistémica).

Por otro lado, entender el parlamento como parte de una máquina de resolución de problemas bien establecidos en lugar de como un espacio de disputa de mundos sociales, o de transformación y mejoramiento de la sociedad, implica un sesgo conservador evidente. Hay mucha política transformadora que podría enriquecer el parlamento. También hay mucha política (la mayoría) que siempre estará más allá de él. Limitarse al parlamento, y, sobre todo, a su versión fuertemente cerrada y representativa, es un límite a superar en una aproximación más general a las relaciones entre ciencia y política.

Ciencia y política: riesgos y posibilidades

En este punto podemos abordar el tercer elemento que, en nuestra opinión, es necesario cuestionar: la relación entre ciencia y política.

Para hacerlo, es importante apuntar que la visión subyacente a ambas, en la iniciativa #CienciaenelParlamento, es estrictamente representativa: la iniciativa se basa en la representación en tres sentidos

  • en la representación en política, cuya máxima expresión es el Parlamento como representación del pueblo
  • en la representación en ciencia, cuya máxima expresión es la evidencia objetiva como representación de la realidad
  • en la representación sesgada de ambas, es decir, en la representación idealizada de la política y la ciencia como base para pensar sus relaciones.

En síntesis, la iniciativa trata de intervenir en las estructuras políticas representativas existentes introduciendo una representación de la ciencia en las mismas. El parlamento representa al pueblo; los representantes de la ciencia representan, por un lado, a su colectivo y, por otro, la realidad, mediante la presentación de los resultados (las evidencias) generados por este colectivo. Los representantes de la realidad política y los representantes de la realidad de la ciencia deben encontrarse por el bien de la política pública. Sin embargo, tanto la política como la ciencia tienen una dimensión productiva, de construcción de colectivos y de visiones del mundo. Ambas están atravesadas por múltiples tensiones y conflictos.

La ciencia y la política tienen más elementos en común de los que la iniciativa #Cienciaenelparlamento querría admitir, por eso consideramos importante desmontar la imagen de la ciencia como representante de la realidad guiando a los representantes del pueblo.

Dicho todo esto, las críticas que hemos señalado a la visión  positivista de la ciencia no desautorizan su relación con las tomas de decisiones políticas. Antes bien, creemos que estas críticas son necesarias para que esa conexión tome todo su alcance práctico. De lo contrario, la relación entre ciencia y gobierno de lo público se expone a numerosos riesgos, de los cuales señalaremos algunos de aquí al final del texto.

Un primer riesgo tiene que ver con el desenmascaramiento y la pérdida de confianza.

1) Una representación sesgada de la ciencia como máquina de producción de evidencias  objetivas se expone a ataques que muestren sus elementos sociales, intereses políticos y controversias epistémicas.

2) Una representación sesgada de la política como máquina de resolución de problemas tratará de aplicar una métrica productivista a una practica que implica muchos más factores de producción e imaginación colectiva.

3) Una representación sesgada de sus relaciones asumirá que las “evidencias científicas” pueden guiar inequívocamente la práctica política, obviando el hecho de que una misma información o evidencia puede servir para justificar varias creencias y, sobre todo, varios cursos de acción (p.ej.: una baja calidad del aire puede resolverse reduciendo el tráfico, plantando árboles, etc.).

Una primera propuesta a este respecto es, como sugieren autores como Bruno Latour, presentar la ciencia, la política y sus relaciones de otro modo: de formas más ricas y realistas, con sus posibilidades y problemas. Particularmente, ir hacia una visión de las ciencias como complejas redes de actores en acción. También con sus formas de poder y de exclusión (por razón de género, clase, raza, etc.), algo a tener en cuenta no solo a la hora de presentar sus resultados, sino en la misma composición humana de la iniciativa #Cienciaenelparlamento. Dicho de otro modo se trataría de ir más allá de la representaciòn positivista de la ciencia y de la representación utilitarista/conservadora de la política.

Parece que la iniciativa #CienciaenelParlamento opta por el rol del asesor científico básico, que provee de información, y árbitro, que responde a las preguntas de los y las representantes; el riesgo es la dificultad de evitar el rol del lobbista.

El segundo riesgo, acaso más peligroso, es la tecnocracia. La visión de una ciencia “objetiva” guiando a la política es una visión fuertemente política: una visión tecnocrática a la base de iniciativas que van del autoritarismo platónico (en su modelo del sabio rey) al neoliberalismo. En definitiva, formas de política elitista, reduccionista y autoritaria cubiertas por las ínfulas de la evidencia y la objetividad: un ejemplo conocido son los recortes sociales basados en las recomendaciones fundamentadas en la evidencia económica de instituciones como el Banco Central Europeo, el FMI, o el Banco Mundial.

Una posible respuesta es prevenir el cierre tecnocrático. Si se reconoce que la ciencia y la política son lugares de conflicto, controversia e incertidumbre, de producción de colectivos y mundo, abrir la ciencia y la política a un número más diverso---que no indeterminado--- de actores es clave a la hora de avanzar hacia una potencial mejora del mundo común, tanto desde una perspectiva normativa (derecho a intervenir en los procesos que nos afectan) como epistémica (contribución de conocimientos colectivos).

Un tercer riesgo, que toma elementos de los dos previos, es que esta conexión entre ciencia y política se articule en clave conservadora y no de transformación social. Más allá de esta visión participativa, se sitúan alternativas más radicales en su visión de la realidad política y científica. En algunas se aboga por modelos que redefinen y conectan ambas, incluyendo a los actores no-humanos (p.ej.: reconociendo a los animales o, como en algunas constituciones latinoamericanas, a la naturaleza, como sujetos políticos y con derechos) -- es el caso de Latour, que ha informado buena parte de los partidos verdes europeos --, en otras se apela a la experiencia situada y vital, y a la investigación autónoma, como fundamento de conocimiento -- es el caso de las propuestas de Donna Haraway o del movimiento LGBTQI --, o a las comunidades como base para fundamentar “las preguntas” a contestar  y donde volcar los beneficios -- como en la tradición de los science shop.

Conclusión: De la ciencia en el parlamento a la política científica

En #Cienciaenelparlamento hay una voluntad de “probar” la utilidad de la ciencia y, sobre esta base, reivindicarla como sector social valioso. Esta voluntad es particularmente tempestiva si tenemos en cuenta los múltiples indicios de las nefastas políticas científicas de los últimos gobiernos. Los recortes y las dificultades para ejecutar presupuestos han implicado un empeoramiento drástico de las condiciones de vida de las personas dedicadas a la investigación científica en el Estado español, cuando no el cierre de proyectos y centros enteros.

Coincidimos con las personas promotoras de la iniciativa en la necesidad de impulsar la investigación y la innovación tecnocientífica. Más aún, celebramos su voluntad de que este impulso vaya de la mano de una conexión con la política. Sin embargo, como hemos visto, creemos necesario articular un debate en torno a la visión de la ciencia, la visión de la política y la visión de sus relaciones (la ciencia en el parlamento y la política científica). Este debate debe ser multipolar y coordinado. Solo así se sentarán las bases de una aproximación que mejore ambas, la política y la ciencia y, en última instancia, la sociedad.

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